Pecados en el paraíso fiscal
Una investigación al banco del Vaticano vuelve a poner bajo sospecha al ente más opaco de la Santa Sede, en otro tiempo relacionado con la Mafia
El Vaticano se ha visto envuelto esta semana en una investigación de su banco, el IOR (Instituto para las Obras de Religión). Parece poca cosa: un juez italiano ha congelado 23 millones de euros, depositados en la entidad romana Credito Artigiano. Iban a moverse a dos cuentas. Cerca de 20 millones, a JP Morgan, en Frankfurt. El resto, a la Banca del Fucino, propiedad de los Torlonia, familia aristócrata ligada a la Santa Sede. El magistrado sostiene que las operaciones incumplían las normas europeas contra el blanqueo de dinero. No aclaraban detalles como el destinatario o el objeto de la operación.
El Vaticano ha reaccionado airadamente y mostrado su «perplejidad» por la actuación judicial. Defiende que todo está clarísimo y que el Banco de Italia ya tiene la información necesaria: meras operaciones de tesorería interna y una transferencia para comprar bonos de Alemania. El Osservatore Romano publicó el artículo 'La transparencia del IOR' y el portavoz vaticano, Federico Lombardi, escribió una carta al 'Financial Times' explicando que se trata de «un equívoco». Pero todo el mundo sabe que no pueden hacerse los mártires. Quizá sea un malentendido, pero la verdad es que el Vaticano nunca ha sido transparente con el dinero. «Las explicaciones pueden ser ciertas, pero no deja de ser embarazoso porque llega después de una serie de graves escándalos», opina Philip Willan, autor de 'The last supper', uno de los más completos análisis de la quiebra del Banco Ambrosiano y el caso Calvi.
A día de hoy, más de 25 años después del gravísimo escándalo del Banco Ambrosiano, en el que el IOR lavaba dinero de la Mafia, la masonería y la política, el banco del Vaticano sigue siendo un órgano sin control, perfecto para la delincuencia financiera. Se puede entrar con una maleta de billetes en su sede, el Torreón de Nicolás V, mandarlo a las islas Caimán y salir sin recibo. El Vaticano aún no aplica las normas antiblanqueo de la UE de 2007. Es verdad que justo ahora, desde que hace un año se sentó su nuevo presidente, Ettore Gotti Tedeschi, ha acelerado los trámites para entrar en la 'Lista blanca' de países limpios este mismo año. Benedicto XVI quería hacer limpieza. Antes, los desmanes del IOR y sus responsables eran intocables por la inmunidad que les protegía. Pero desde 2003, por sentencia del Supremo, los tribunales italianos pueden controlarlo. Además, en el Banco de Italia ya no se sienta Antonio Fazio, católico ultraconservador que dimitió en 2005 por sus tejemanejes y amigo de casa. Ahora, la impunidad del IOR puede terminarse. Ya hubo una primera investigación en noviembre de 2009, que sigue abierta, de 180 millones depositados en una sucursal de Unicredit en Via della Conciliazione.
Otra cosa es despejar las dudas. La Santa Sede describe este último caso como un simple fallo de comunicación resuelto con inédita precipitación por las autoridades italianas. Pero, según la prensa, esos 23 millones están congelados desde el 19 de abril, en espera de la información exigida al IOR, que no la ha aportado y al final ha insistido en cerrar la operación. También se ha sabido que de 2007 a 2009 han entrado en esa cuenta 117 millones y salido 116.
El Vaticano mueve mucho dinero, pero nunca se ha sabido cuánto. Cada año presenta su balance, un cuadro falso por incompleto. Los números del IOR no se hacen públicos. El propio Papa tiene una cuenta a su disposición de volumen desconocido. Juan Pablo II disfrutaba en 1994 de 121 millones de euros, entre el óbolo de San Pedro, fruto de las aportaciones de los fieles, y su disponibilidad personal en el IOR, según reveló el explosivo libro 'Vaticano S.A.', de Giancarlo Nuzzi. Estas cosas plantean preguntas incómodas y por eso hablar del IOR es un tabú.
Para Gotti Tedeschi, investigado junto al director general del banco, ha sido un duro golpe. Llegaba con un aura impecable. De 65 años, misa diaria y cercano al Opus Dei, desde 1992 era el hombre del Banco de Santander en Italia. Fue emergiendo como ideólogo económico del Vaticano hasta convertirse en un cerebro en la sombra de la primera encíclica social del Papa, dedicada al mundo financiero y publicada en plena crisis mundial. Tedeschi es un personaje interesante que defiende una ética económica cristiana y un capitalismo piadoso que podría acabar con la pobreza en el mundo. Luego tiene teorías curiosas, como que la clave de la crisis es que no se hacen suficientes hijos. La encíclica dice verdades como puños, pero pontificar tiene sus riesgos, porque hay que dar ejemplo. No es sólo que el Papa clame por los derechos de los trabajadores y Radio Vaticano tenga gente sin contrato, es que la Santa Sede tiene un banco que nadie sabe a qué se dedica. Y tampoco lo explican.
Dirigido sin 'avemarías'
La historia comienza en 1929, cuando el Vaticano recibió una fortuna en concepto de indemnizaciones tras hacer las paces con Italia. Desde 1887 una comisión gestionaba dineros y donaciones, pero en ese momento surgió el germen de un banco y Pío XI eligió como jefe a Bernardino Nogara, un financiero laico que aceptó el cargo con dos condiciones: sus actividades debían quedar «libres de consideraciones religiosas o doctrinales» y podría operar en cualquier parte del mundo. Esta hipocresía fundacional se consolidó con la creación del IOR en 1942 y se ha mantenido hasta hoy. Fue también un lema del cardenal Paul Marcinkus, el presidente de 1971 a 1989 y artífice del escándalo del Banco Ambrosiano, célebre por su frase «no se puede dirigir la Iglesia con 'avemarías'».
La etapa más oscura arrancó en 1968, cuando el Gobierno italiano terminó con un cuarto de siglo de exención fiscal de dividendos del Vaticano. Para huir de los impuestos, Pablo VI confió la exportación de capitales al extranjero a un banquero siciliano que le presentó un cura americano majete. Eran el mafioso Michele Sindona y Paul Marcinkus. Empezó a funcionar una red de sociedades en paraísos fiscales y una gran lavadora de dinero, para Cosa Nostra, la política y la logia masónica P-2, un auténtico poder en la sombra en la Italia de los setenta. El tercer hombre del triángulo era Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, un brazo del IOR. A Pablo VI le sucedió en 1978 Juan Pablo I, que se disponía a hacer limpieza pero murió a los 33 días de su elección. De aquí nace la hipótesis de que fue asesinado. Cuando estalló el escándalo, Sindona murió en prisión con un café al cianuro y Calvi apareció ahorcado en un puente de Londres.
El trasfondo, no debe olvidarse, es la Guerra Fría. Del IOR salieron ríos de dinero para financiar la causa anticomunista en América Latina y Europa del Este. Wojtyla protegió a Marcinkus hasta el final. Le sustituyó Angelo Caloia, pero las tropelías continuaron, como demuestra 'Vaticano S.A.', de Gianluigi Nuzzi. Este libro nace de la documentación que acumuló durante un cuarto de siglo un prelado del IOR, Renato Dardozzi, fallecido en 2003. Escandalizado de lo que veía, a su muerte legó el material para se hiciera público. Nuzzi cuenta cómo pasó por el IOR la mayor mordida de la corrupción política de los noventa, y señala indicios de que el clan de los Corleone usaba el banco con asiduidad. Pero hay otras historias más cómicas que dan idea del desmadre: un cura argentino obtuvo un préstamo de seis millones de dólares, que jamás devolvió, para montar una lotería y un servicio de helicópteros.
Nuzzi cree que el caso actual se apagará, pues no es una investigación estructural: «El problema es siempre el mismo, mientras la banca del Papa actúe como un paraíso fiscal, hasta que Italia y el Vaticano no tengan un acuerdo de ayuda judicial recíproca, cualquier investigación se quedará en nada y los escándalos seguirán sin fin».
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