La lucidez de la prosa militante

José Saramago, inconmovible balsa de piedra de la literatura portuguesa, falleció ayer en Lanzarote, su isla mágica. Su narrativa es un emocionante ejemplo de inteligencia y compromiso, que le valieron el Nobel

Día 19/06/2010 - 08.17h
Reposa n el ataúd su cabeza sobre la frase «estaremos extrañamente conectados a la bondad del mundo», que le envió un lector bordada en un pañuelo, mientras España y Portugal suspiran tristes, tristísimos. us cenizas se repartirán entre Lanzarote y Azinhaga, su aldea natal. Un escalofrío recorrió ayer la Península y los honores se repitieron en todos los rincones que han leído al Nobel. Los homenajes se trasladarán hoy a Portugal, que se acababa de reconciliar con su hijo, pródigo en letras y en polémicas.
AFPSao Paulo en 2008
Nacido en 1926 de José de Sousa y María, una pareja de campesinos sin tierra y sin recursos, José Saramago siempre identificó su carácter con ese origen, incluso el hecho de que el funcionario encargado de registrar su nombre se equivocara y en vez de ponerle Sousa de apellido le colocase Saramago, que es el nombre de una planta que crece por el Alentejo con cierta profusión, contribuyó a ello.
El que luego sus padres emigraran a Lisboa y José de Sousa tuviese que ejercer de policía, el que José tuviera que dejar los estudios porque no podían pagarle la escuela, el que entrara a trabajar en una herrería mecánica para luego ir mejorando y entrar de auxiliar administrativo de la Seguridad Social y poco a poco ir decantándose por la literatura hasta dar el salto con dos novelas, «Tierra de pecado» y «Claraboya», de las que no vendió nada; el hecho, incluso, de que el periodismo le salvara, entrando a formar parte de «Diario de Noticias», haciendo de sí una versión fatalista, como sucedía en España e Italia, de un peculiar y dramático «self made man»; el hecho, también, de entrar a formar parte del Partido Comunista, que ha gozado de muchas simpatías en Portugal porque en cierta época se la identificó como un modelo moral, todo ello ha contribuido a que el destino del Portugal moderno y el de Saramago se confundieran hasta el punto de que, a pesar de vivir en Lanzarote y de las polémicas que le han acompañado en su país desde la novela sobre el mensaje evangélico, que chocó con las instituciones católicas y sociales, es obvio que todo el mundo identifica a Portugal con Saramago.
El Portugal moderno
Saramago ha representado como nadie al Portugal que se integró en la Unión Europea, al Portugal que supo desligarse del destino secuestrado al que Salazar le mantuvo durante unos años de hierro. Y lo cierto es que Saramago ha abierto los caminos para que la literatura portuguesa sea conocida fuera de sus fronteras y en cierta manera no se puede entender la fama Antonio Lobo Antunes en Francia sin atender a la brecha profunda que años antes ofreció José Saramago.
Todo, pues, ha contribuido a que su vida y su leyenda fuese de la manera que ha sido. Incluso la publicación tardía contribuyó a ello, pues hizo que su figura fuese conocida en el momento justo. El fatalismo que determina cada uno de sus libros, en especial «Ensayo sobre la ceguera», que publicó en 1995, del que muchos opinan que es su mejor novela,
ese especial ahínco en determinar con precisión la decadente visión de nuestro mundo y, a la vez, de salvarlo gracias al personaje que no acepta ese estado de cosas, parecería hecho aposta, como si sólo él hubiese podido descubrir en mil y una facetas el imaginario del alma portuguesa, las fantasías en las que se sustenta.
Prácticamente fue el año 80 cuando Saramago comenzó a publicar en serio con «Alzado del suelo», hasta entonces sus obras anteriores pueden ser calificadas de ensayos preparatorios. Una edad ya avanzada para alguien nacido en el 26. Pero conmueve y asombra repasar, aunque sea de manera somera, la cantidad de obras que Saramago ha publicado desde aquella fecha, más de veinte libros. entre ellos «Historia del cerco de Lisboa», «La segunda muerte de Francisco de Asís», «Todos los nombres»...
Una capacidad de trabajo poco común, que no le ha abandonado desde que a la edad de doce años tuvo que ponerse a pensar en la mejor manera de sobrevivir y no se le ocurrió otra cosa que meterse en una escuela industrial mientras se leía toda la biblioteca municipal de su barrio. Quizá no haya mejor imagen del escritor que ésta a sus doce años. Lo dice todo.

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