Obama promete un futuro mejor a Estados Unidos
El presidente inicia su segundo mandato con un mensaje de optimismo en el que defiende la igualdad de oportunidades y arremete contra las discriminaciones sociales
Barack Obama marcó este lunes un tono mucho más progresista
para su segundo mandato con un discurso en el que anticipó un futuro
distinto y mejor, en el que haya verdadera igualdad de oportunidades,
sin discriminaciones sociales ni ventajas legales que favorezcan el
éxito de algunos a costa de la perenne marginación de otros, un futuro
en el que los grandes valores en los que se fundamenta este país estén
realmente al servicio del más humilde de sus ciudadanos. “Respondamos a
la llamada de la historia e iluminemos el incierto futuro con la
preciosa llama de la libertad”, ha dicho el presidente tras prestar
juramento para un nuevo mandato de cuatro años.
Decir a estas alturas que un discurso de Obama fue
emocionante puede parecer redundante. En realidad, nadie esperaba mucho
de este discurso, en un tiempo en el que hacen falta más obras que
palabras. Pero Obama sorprendió con un discurso verdaderamente
emocionante, en el que les recordó al más de medio millón de personas
presentes en la calle y a los 311 millones de estadounidenses las buenas
razones que tienen para estar orgullosos de serlo. Y, sobre todo, la
enorme oportunidad de que disponen de mejorar aún mucho más su país,
dignificándolo, modernizándolo, asumiendo los retos que presenta esta
nueva época y extendiendo lo más posible los sueños que movieron a los
padres fundadores.
Más importante aún, este fue un discurso que definió a
Obama como pocos que haya pronunciado hasta ahora. Fue un discurso que
sitúa al presidente en un rumbo claro, el de la paz y la justicia
social, y un discurso que algún día permitirá, quizá, referirse al
mandato de Obama como aquel en el que se intentó reducir las diferencias
entre los norteamericanos y el país ganó unidad y fe en su destino como
una fuerza para el bien, como “una fuente de esperanza para los pobres,
los enfermos, los marginados, las víctimas de prejuicios”.
Aunque este no era el momento para eso –lo será el discurso
sobre el estado de la Unión, el próximo 12 de febrero-, hubo algunas
referencias a objetivos concretos e inmediatos. La más clara fue la
promesa de “responder a la amenaza del cambio climático”. “Algunos
pueden todavía negar el contundente juicio de la ciencia”, dijo, “pero
nadie puede evitar el devastador impacto de los incendios masivos, las
monstruosas sequías y las tormentas más poderosas”. Advirtió que “el
camino hacia las fuentes de energías sostenibles será largo y a veces
difícil”, pero añadió que “EE UU tiene que estar al frente”.
Obama habló también de la necesidad de completar el trabajo
para la igualdad de las mujeres, de los homosexuales –“si realmente
somos creados iguales, el amor que cada uno le ofrece a otro también
debe de ser tratado por igual”- y aludió a la reforma migratoria al
declarar que “nuestro viaje no habrá terminado hasta que encontremos una
mejor forma de acoger a los esforzados y esperanzados inmigrantes que
todavía ven América como la tierra de las oportunidades”.
Por encima de compromisos sobre lo que estará en su mesa de
trabajo en estos próximos cuatro años, Obama hizo una defensa de su
modelo de país y de su visión de hacia dónde lo quiere conducir. Son,
por supuesto, solo palabras. Palabras que hoy mismo chocarán con la
realidad de un momento político extremadamente polarizado y de la
mediocridad y el egoísmo de quienes defienden sus particulares intereses
día a día. Pero, si el mundo vive hoy, entre otras muchas cosas, una
crisis de confianza, las palabras pueden ayudar, al menos, a enfocar de
forma más precisa la búsqueda de soluciones.
El modelo que Obama mostró, la tarea que ofreció a lo que
llamó en término kennedyanos “nuestra generación”, es la de “hacer
realidad para cada norteamericano los valores de vida, libertad y
búsqueda de la felicidad”. ¿Cómo se hace eso? Con unidad –“preservar
nuestra libertad individual requiere en última instancia una acción
colectiva… tenemos que actuar como una nación, como un pueblo”-, con fe
en el poder transformador de una sociedad –“ustedes y yo, como
ciudadanos, tenemos el poder de marcar el rumbo de este país”- y con
tolerancia hacia las ideas de los demás –“no podemos confundir los
principios con el absolutismo”.
Obama en el ámbito doméstico apostó por un país más
igualitario, un país “que no puede triunfar cuando a muy pocos les va
muy bien mientras que a una mayoría cada vez mayor les va cada vez
peor”, unos EE UU en los que “cada persona encuentre independencia y
orgullo en su trabajo, en el que los trabajadores honestos reciban un
salario que pueda sacar a sus familias del sufrimiento, en el que una
niña nacida en la más sombría pobreza sepa que tiene las mismas
oportunidades que cualquiera”.
Y en el ámbito internacional, Obama se situó de forma más
decidida a favor de la búsqueda de la paz. “Creemos que la paz y la
seguridad verdaderas no requieren una guerra perpetua”, afirmó.
“Demostraremos el coraje”, añadió “de tratar de resolver nuestras
diferencias con otras naciones pacíficamente, no porque seamos ingenuos
sobre los peligros que nos acechan, sino porque creemos que el
entendimiento puede eliminar de forma más duradera las sospechas y los
miedos”.
Será la última vez que Obama hable desde la escalinatas del
Capitolio. En cuatro años, EE UU tendrá otro presidente. Pero el actual
aprovechó esta última oportunidad para dejar un mensaje que, con
opiniones a favor y en contra, resonará por mucho tiempo.
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